En la segunda predicación de Cuaresma, el padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, invitó a reflexionar sobre María al pie de la cruz describiéndola como "Madre de la esperanza":
"Sobre el Calvario, María participó con su Hijo no solo en su muerte, sino también en las primicias de su resurrección. Sobre el Calvario, ella no es solamente la 'Madre Dolorosa', sino también la Madre de la esperanza".
"Sobre la cruz —continúa el predicador— María espera 'contra toda esperanza'. Como ella, la Iglesia también vive la Resurrección en la esperanza: 'Como María estaba con el Hijo crucificado, así también la Iglesia está llamada a estar con los crucificados de nuestros días: los pobres, los que sufren, los humildes y los que padecen injusticias... La Iglesia debe ofrecer la esperanza, proclamando que el sufrimiento no es absurdo, sino que tiene un sentido porque habrá una resurrección de los muertos. La Iglesia debe 'dar razón de la esperanza que hay en ella'".
Convertirse en cómplices de la esperanza, explica el P. Cantalamessa, significa "permitir a Dios que te decepcione, que te 'engañe' aquí abajo cuanto quiera", dándote oportunidad así "de hacer un acto de esperanza cada vez más difícil".
La esperanza —advierte el predicador— no es solamente una actitud interior, es también "descubrir que aún se debe hacer algo más, que aún hay un deber por cumplir (...) Incluso si no hubiera nada más que hacer por nuestra parte para cambiar cierta situación difícil, quedaría todavía una gran tarea por realizar, la cual nos mantendría suficientemente ocupados evitando que caigamos en la desesperación: soportar pacientemente hasta el final".
Sobre el Calvario —explica el P. Cantalamessa— María "no huyó, sino que permaneció "de pie", en silencio, y al hacerlo, se convirtió, de una manera muy especial, en mártir de la fe, testigo supremo de la confianza en Dios, siguiendo a su Hijo".
Sin embargo, el padre Cantalamessa hace una distinción entre estar "al pie de la cruz" y estar al pie de la cruz "de Jesús": "No basta con estar al pie de la cruz, es decir, ante el sufrimiento en silencio. Ya parece heroico en sí mismo y, sin embargo, no es lo más importante... Lo más importante es que estemos al pie de la cruz 'de Jesús'. Lo que importa no es nuestra propia cruz, sino la de Cristo. No es el hecho de sufrir, sino de creer y, por tanto, hacer propio el sufrimiento de Cristo. Lo más grande que María tenía al pie de la cruz era su fe, más grande aún que su sufrimiento".