Algunos días, María nos parecerá no escondida sino velada... Es la señal más segura de que está allí, silenciosa, pero atenta como una madre con su hijo. ¿Podremos descubrirlo incluso en las profundidades de esa desolación que a veces nos abruma?
Cuanto más nos agobia la aflicción, más se muestra Ella como madre. Cuando la noche es oscura, su presencia brilla más. Virgen del Sábado Santo, no necesita de nuestras palabras para entendernos. Para Ella una mirada es suficiente, un simple movimiento de nuestro corazón. A la luz de Dios, es capaz de detectar y alentar en nosotros el más pequeño acto de conversión. El más mínimo gesto, el más mínimo pensamiento puede convertirse, gracias a Ella, en el nacimiento de Cristo. Ningún drama, ninguna crisis llevan su maternidad al fracaso...
Por el contrario, parece que, a través de Ella, Dios permitió que todo el caos se convirtiera en gestación. En lo más profundo de nuestra consternación, nunca podríamos haber estado tan cerca de Ella. ¿Todo se derrumba a nuestro alrededor? Es hora de acudir a Dios. En Ella lo encontraremos, porque de Ella toma su debilidad para compartir la nuestra en todo, excepto en el pecado. María es Madre de Misericordia. Frente a nuestro pecado, su corazón de madre no opone resistencia: se deja desgarrar para dar más vida.
Monseñor Louis Sankale, obispo emérito de Niza.
Adaptado de: Aleteia