Santa Isabel, reina de Portugal (1271-1336), recibió este nombre en su bautismo, en memoria de santa Isabel de Hungría, su tía. A los ocho años, rezaba el Oficio Divino todos los días y continuó esta práctica hasta su muerte. Despreciaba el lujo, rechazaba las diversiones, socorría a los pobres, multiplicaba sus ayunos y llevaba una vida verdaderamente espiritual. El tiempo que le quedaba libre después de sus prácticas religiosas, le gustaba emplearlo en decorar altares o en hacer ropa para los pobres.
Elevada al trono de Portugal por su matrimonio con Denis, rey de ese país, fue notablemente paciente en las pruebas que a menudo tuvo que afrontar a causa de su esposo y nunca se rebeló. A cambio del proceder injusto de su marido, se conducía con una bondad cada vez mayor, un afecto lleno de amor y una devoción ilimitadas, que terminaron triunfando sobre aquel impetuoso corazón. Isabel es famosa por el regalo que el Cielo le hizo de poder restaurar la paz entre príncipes y pueblos.
Todos los viernes durante la Cuaresma, lavaba los pies de trece pobres y, después de besarlos humildemente, les ofrecía vestidos nuevos. El Jueves Santo hacía lo mismo con trece mujeres pobres; pero un día, cuando estaba haciéndolo, entre ellas había una que tenía una llaga en el pie cuyo olor era insoportable: la reina, a pesar de cuán repugnante era aquello, tomó el pie infectado, lavó la llaga, la besó y esta se curó. El mismo milagro ocurrió con un leproso.
Un día, cuando llevaba dinero para los pobres en su túnica, su esposo le pidió ver lo que llevaba y se sorprendió al ver rosas fuera de temporada. Después de la muerte del rey, Isabel quiso retirarse con las clarisas, pero se le indicó que sería más útil si continuaba con sus obras de caridad. Finalmente, después de toda una vida de actos heroicos, murió saludando a la Santísima Virgen, que se le apareció acompañada de santa Clara y otros santos.
Abad L. Jaud, Vie des Saints pour tous les jours de l'année (“Vidas de santos para todos los días del año”), Tours, Mame, 1950.