El "aquí estoy" femenino de la Santísima Virgen —“He aquí la sierva del Señor, que se haga en mí según tu palabra" (Lc 1,38)— se ha extendido a la Iglesia, a la humanidad y finalmente abarcó a toda la creación en la vocación esencial de esposa, disponible y abnegada: “¡Aquí estoy!”.
La feminidad que nos revela este universal "aquí estoy" en extensión y profundidad, en el corazón mismo de las cosas es, en última instancia, la situación del ser creado ante su Creador.
No se trata en primer lugar —y esto es muy importante— de una cuestión de sexo o de género, es una relación, la relación metafísica entre la Trinidad y la creación como Dios la quiere, como Él lo hace aquí, en mí, en todas partes, siempre.
Esta feminidad de la que hablamos es una cualidad del ser profundo y universal, es una cualidad inmanente, fundamental y dinámica, orientada hacia su Creador que lo hizo para él. Por tanto, ya sea pronunciado por un hombre o por una mujer, el "aquí estoy" bíblico está arraigado primero en la feminidad fundamental del ser creado. La feminidad nos dice simplemente cuál es la única vocación religiosa de toda la creación.
La mujer, toda mujer, es como la representante o la embajadora de la feminidad universal, es la "vocera" privilegiada y esta vocación en toda mujer se cumple perfectamente, de hecho, en el "aquí estoy" de María, en el nombre y lugar de toda feminidad fundamental.
Ella debe recordarnos a todos nuestra vocación, que es de por sí religiosa. Hemos dicho, “¡aquí estoy!", como Paul Evdokitnov lo dice muy acertadamente: "En la esfera religiosa, la mujer es el sexo fuerte".
En consecuencia, cuando una mujer es llamada a la consagración religiosa de todo su ser, lleva esta a un desarrollo privilegiado de su ser profundo, de lo que es, de lo que representa en su conjunto, de la Iglesia y del mundo.
Por tanto, la santidad, que es el fin último de la Iglesia, es fundamentalmente femenina porque la santidad es específicamente una cuestión de esposa y de esponsales.
Ella está totalmente contenida en el "aquí estoy", íntimo, total y definitivo, ante Dios.
La tradición oriental nos dice que a Dios no se le conoce —en el sentido bíblico de la palabra— de una manera conceptual e intelectual, sino "nupcialmente", es decir, por todo nuestro ser entregado al Tres Veces Santo en el "aquí estoy"1.
1 El autor continúa explicando que la ordenación de las mujeres causaría una cancelación, un olvido de la vocación de la creación, de la humanidad y de la Iglesia, según explicó Juan Pablo II en Mulieris dignitatem.
Padre Yves Fauquet: extractos de Yves Fauquet, Voici et me voici dans la Bible (“He aquí y heme aquí según la Biblia”), ediciones Anne Sigier, París 2003.