11 junio – San Bernabé, Apóstol - León XIII consagra el mundo al Sagrado Corazón de Jesús que es “uno” con el Corazón de María (1899)

«Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Corazón Inmaculado»

Después de rezar el rosario con Jacinta, Francisco y otras personas, vimos nuevamente el reflejo de la luz que se aproximaba (lo que llamamos un rayo) y, luego, a Nuestra Señora, en el roble verde, como en el mes de mayo.

—¿Qué desea pedirme? —le pregunté

—Quiero que vengas el 13 del próximo mes, reces el Rosario todos los días y aprendas a leer. Entonces te diré lo que quiero.

Le pedí, entonces, la cura de un paciente.

—Si se convierte, se curará durante el año.

—Te pediría que nos llevaras al Cielo.

—Sí, a Jacinta y Francisco me los llevaré pronto, pero tú te quedarás aquí por un tiempo más. Jesús quiere servirse de ti para darme a conocer y hacerme amar. Él quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón.

—¿Me quedaré aquí sola? —pregunté con dificultad.

—No, hija mía. ¿Sufres mucho? ¡No te desanimes, nunca te abandonaré! Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te llevará a Dios.

Fue cuando dijo estas últimas palabras que abrió las manos y nos comunicó, por segunda vez, el reflejo de esta inmensa luz. En ella, nos vimos sumergidos en Dios. Jacinta y Francisco parecían estar dentro de esa luz que se elevaba hacia el Cielo y yo en la que se extendía sobre la tierra. Frente a la palma de la mano derecha de Nuestra Señora había un corazón rodeado de espinas que parecían hundirse en él. Entendimos que era el Inmaculado Corazón de María, ultrajado por los pecados de la humanidad y que pedía reparación.

Sor Lucía de Fátima - Segunda memoria

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