21 julio – Suiza: Festividad de Nuestra Señora de Einsiedeln

El amor de la Santísima Trinidad nos conduce a María

Dios está muy cerca de nosotros, pero también es totalmente distinto a nosotros y su amor es un fuego que consume. Cuanto más deseamos este amor, más necesitamos la humildad de María para entrar en él. El amor de Dios es demasiado grande para nosotros, tiene algo de insoportable, a menos que aceptemos ser muy pequeños, como María y con Ella.

¿Dónde se manifiesta con mayor fuerza el amor de Dios? En la cruz. Y es precisamente allí donde nos da a su Madre para que en Ella nos volvamos niños pequeños, capaces de entrar en el misterio del amor trinitario.

Seamos claros: el objetivo es Jesús. Incluso cuando se dirige a María, a los santos y a los ángeles, nuestra oración es, fundamentalmente, solo para Dios. Cuando les enseñamos a orar a los niños, es importante no poner a Jesús y a María en el mismo nivel. Pero no hay competencia entre Jesús y María, como si rezándole a uno, corriéramos el riesgo de descuidar al otro.

María no se guarda nada para sí misma: constantemente nos dirige hacia su Hijo. Al mismo tiempo, cuanto más ponemos la oración en el centro de nuestras vidas, más sentimos la necesidad de confiar en la súplica de la Santísima Virgen. El amor ardiente de la Trinidad nos lleva a los brazos de María, que es como un refugio para nosotros, sus hijos.

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