El gran secreto de san Luis María Grignion de Montfort para atraer a almas y dárselas a Jesús es la devoción a María. En ella basa toda su acción, en ella deposita toda su confianza y no pudo encontrar un arma más efectiva para su tiempo.
A la austeridad sin alegría, al terror oscuro, a la orgullosa depresión del jansenismo opone el amor filial, confiado, ardiente, expansivo y efectivo del devoto servidor de María; hacia quien es refugio de los pecadores, Madre de la gracia divina, nuestra vida, nuestra dulzura, nuestra esperanza. Nuestra abogada también, abogada que, puesta entre Dios y el pecador, está muy ocupada en invocar la indulgencia del juez para ablandar su justicia, tocando el corazón del culpable para vencer su obstinación.
En su convicción y experiencia de este papel de María, el misionero declaró con su pintoresca simplicidad que "una vez atrapado con su rosario, nunca ningún pecador se le resistió”.
La verdadera devoción, la de la tradición, la de la Iglesia, la del —diríamos— sentido común, cristiano y católico, tiende esencialmente a la unión con Jesús, por mediación de María. (...)
Por eso, queridos hijos y queridas hijas, esperamos ardientemente que, por encima de las diversas manifestaciones de piedad hacia la Madre de Dios, Madre de los hombres, todos ustedes saquen del tesoro de los escritos y ejemplos de nuestro santo, lo que formó la base de su devoción mariana: su firme convicción de la poderosa intercesión de María, su voluntad decidida de imitar lo más posible las virtudes de la Virgen de las vírgenes, el ardor vehemente de su amor por Ella y por Jesús.
Adaptado de: Vatican