Al pie de la cruz, Ella está de pie. La compasión que abre su corazón revela las profundidades del nuestro para arrancar cualquier germen de muerte. La espada que la hiere, libera las olas de vida que su Hijo ha derramado por el Espíritu Santo. Oremos sin cesar, sin buscar palabras bellas. Oremos como niños que le hablan a su madre, sin querer hacer frases bonitas, sino simplemente revelándole nuestro corazón. Oremos con audacia y confianza, seguros de ser escuchados, entendidos, incluso adivinados.
Digámosle a menudo que la amamos. Nunca tengamos miedo de importunarla con nuestras peticiones, incluso para las cosas más pequeñas porque muy a menudo, solo son pequeñas en apariencia. Ofrecidas a María, se convierten en la obra del Espíritu. María entrega su alegría para llenarnos incluso más allá de nuestros deseos. Nada que nos afecte la deja indiferente. Ningún detalle de nuestra vida, por pequeño que sea, se le escapa. Ella ve consecuencias que probablemente aún ignoramos.
¿Se está acabando el vino de la fe? ¿No tenemos más esperanza? ¿No sabemos amar? La Virgen María aprovecha cada oportunidad para perfeccionar nuestra docilidad al Espíritu de su Hijo: "Hagan lo que Él les diga.” Todo Él es bueno para transformar nuestra escasez en abundancia. Así, poco a poco, sin que nos demos cuenta, cada latido de nuestro corazón alaba a Dios al ritmo de su Magníficat. Hagamos lo que hagamos, donde sea que estemos, su compañía nos entrega a Dios.
Ofrezcámonos íntegros a la limpidez de María, para que la luz de Cristo brille en nosotros. Confiémosle todas nuestras preocupaciones y proyectos. Pidámosle que se haga como Ella quiera. Pongámonos en sus manos para que pueda cuidar de nosotros, sus hijos.
Monseñor Luis Sankale, obispo emérito de la diócesis de Niza (Francia).
Adaptado de: Aleteia