En mi opinión, la catedral de Notre Dame de París, esa joya, es lo que es porque fue construida por personas que vieron más allá de sí mismas y estaban ansiosas por ofrecer todas sus habilidades técnicas para construir una catedral que ofrecería a la Virgen María un lugar especial para Ella y para esta tierra de Francia, tan importante en la historia de la Iglesia. Nos guste o no, los gobiernos pasan, los regímenes pasan, los siglos pasan; pero la Iglesia, tan imperfecta como es, como el amor, no pasa.
Hace dos mil años que evoluciona, dando testimonio del sentido que Cristo le ha dado a la humanidad y, para nuestros contemporáneos, que luchan buscando un sentido, encuentran en este lugar una sensación de seguridad por la roca inamovible sobre la que se asienta. Es el símbolo de que el amor no pasa, de que la vida puede ser estable cuando se construye sobre roca.
De este sentido de trascendencia y significado no deben ser privados nuestros contemporáneos, especialmente porque es gracias a ellos que la catedral de Notre Dame será reconstruida. Pero sus dones están dirigidos hacia esta belleza, esta inmutabilidad que encuentra su origen en el fundamento de la Iglesia, Cristo.
Si suprimimos el significado profundo de esta obra maestra, suprimiremos también su alma. Perderá eso por lo que viene la gente, ese sentimiento de paz, una cercanía con aquello que permanece estable a través del tiempo, a través de las oraciones de generaciones que se han abierto al infinito en este lugar.
Renaud Mercier