San Agustín (354-430) nos enseña que María concibió la Palabra en su corazón por la fe, antes de concebirla en su vientre. Este nacimiento de la Palabra por la fe presagia el nacimiento de Jesús en las almas de aquellos que creen en él como el Mensajero del Padre.
Por eso a san Ambrosio de Milán (+397) le gustaba bautizar a los fieles poniéndoles como primer nombre “María”, porque es el alma de cada cristiano que concibe a Jesús por la fe siguiendo el ejemplo de María: "Cada alma que cree [como María], concibe y da a luz la Palabra de Dios (...) Según la carne, solo hay una Madre de Cristo; según la fe, Cristo es el fruto de todos; cuando esta alma comienza a convertirse a Cristo, se llama «María», es decir, recibe el nombre de quien dio a luz a Cristo: se convierte en un alma que concibe a Cristo de manera espiritual".
Por fe, el alma cristiana se convierte en la Madre de Dios a través de la acción del Espíritu Santo. El alma también tiene "un nombre": María.
Fray Manuel Rivero, OP, 10 de febrero de 2020.