Recientemente dirigí un retiro para mujeres cerca de Tucson, Arizona (Estados Unidos). Las participantes llegaron una por una, cansadas, exhaustas por sus buenas obras y esperando lo imposible. Sus cargas eran inusualmente pesadas, muy superiores a lo normal.
Una de ellas era una representante legal de víctimas. Las horribles historias que escuchaba regularmente se habían acumulado en su cabeza como una oscura biblioteca. Sus sueños a menudo estaban llenos de demonios que intentaban poseerla. Ella los ahuyentaba diciendo: "¡Pertenezco a Jesús y no puedes poseerme!”. Otra trabajaba con jóvenes delincuentes. Su preocupación por ellos era visible y la agobiaba como una fuerte humedad persistente, sintiendo que nunca podría deshacerse de ella. Era consciente de los inmensos peligros que esos jóvenes corrían a diario.
Otra cuidaba a personas con discapacidades emocionales. Me dio la impresión de estar frente a una hoja seca. De por sí pequeña —debía pesar unos 50 kg como máximo—, se veía acabada por el agotamiento y el dolor. En los últimos meses, dos de sus antiguos alumnos habían sido arrestados por asesinato e intento de asesinato… ¡de sus propios hijos!
Estamos completamente desamparados ante estas situaciones. Eso es obvio.
Pero, en medio del sufrimiento, noté que estas mujeres estaban unidas por un vínculo particularmente fuerte. Por la noche, organizaban una "piyamada", donde se sentaban en círculo y se turnaban para compartir sus historias. Escuchaban a las otras hablar, sin decir nada, con amor, para ayudarlas a aliviar su carga.
Esta comunión se intensificó el último día del retiro, que coincidió con la fiesta de Nuestra Señora del Rosario. Algunas se levantaron a las cuatro de la mañana para hacer un gran rosario con globos de helio azules, blancos y dorados. Cada una de las participantes fue invitada a colocarse en círculo, sosteniendo una "cuenta" del rosario. Cantamos un avemaría y luego lanzamos el rosario al aire.
Normalmente no soy fanático de este tipo de cosas, pero admito que fue un espectáculo magnífico y pensé que sin duda debería alegrar a nuestra Madre bendita. Cómo debe haberle agradado haber reunido tantas oraciones, penas, y fatigas, ¡reunirlas en el seno de su gracia!
Madre bienaventurada, los enemigos nos atacan constantemente y tus hijos están cansados de pelear. Danos un espíritu vivificante y un valor renovado para luchar por el bien, proteger a los inocentes y a los más frágiles, y recordarnos que tu intercesión siempre está ahí, elevándose por encima de nosotros, acercándonos en alma y corazón al cielo.
Liz Kelly, The Catholic Spirit, 22 de octubre de 2019