16 febrero - Abisinia: Nuestra Señora del Pacto de la Misericordia

María tuvo libertad para actuar

Por su inmaculada concepción, la Virgen María fue preservada del pecado original en previsión de su maternidad divina y por los méritos anticipados de su hijo Jesús. Ella es la primera y más perfecta de entre las criaturas redimidas. La salvación adquirida por su Hijo también se relaciona con Ella.

(...) La redención temprana de la Virgen y su exención del pecado por pura gracia no significa que su conducta no haya sido heroica ni ejemplar. María conservó plena libertad. En otras palabras, no fue inmaculada solo en su ser, sino también en su actuación. Vivió en libertad su exención del pecado. Tuvo que luchar para lograrlo.

Cuando la invocamos como Inmaculada Concepción, no solo saludamos que Dios la haya elegido para que fuera pura e inmaculada, sino que también le agradecemos su intercesión para protegernos de las asechanzas del demonio. La conducta de María es meritoria, ya que su clarividencia está respaldada por su firme determinación de permanecer sin mancha para bien nuestro. Su culto también es de la más estricta justicia. Al venerarla, le damos lo que le corresponde por su amor perseverante y sufriente.

Porque María no fue concebida sin pecado para beneficio propio, sino para darnos a luz, en concierto con Dios —en un nivel diferente al suyo— a la vida de gracia. Sin estar celosa de su pureza, sin desear disfrutar de su perfección (esta ausencia de complacencia es la señal de que el pecado no tiene poder sobre Ella), puso sus cualidades al servicio de la misión que recibió de la Santísima Trinidad: ayudarnos en nuestra lucha contra el mal. Con este fin, como Madre nuestra en el orden de la gracia, se mantuvo limpia de cualquier compromiso con el pecado. Es decir, ratificó la decisión divina que la quería pura e inmaculada.

Jean-Michel Castaing. Adaptado de: Aleteia

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