El diablo existe. No solo existe, sino que no es un detalle, un elemento accesorio de nuestra vida espiritual. Él es el enemigo que busca perdernos y alejarnos de Dios. Él es quien hace todo para mantenernos alejados de Dios.
Para hablar del diablo a los niños, no es necesario, por el contrario, recurrir a imágenes de criaturas deformes y con cuernos, ni a descripciones más o menos fantasiosas. Debe explicarse que Satanás es muy fuerte y muy poderoso, pero que es infinitamente menos poderoso que Dios. El poder de Satanás no tiene nada que ver con el de Dios. Solo Dios es todopoderoso. Satanás no es un dios.
Dejémoslo muy claro en la mente de los niños: la diferencia entre Dios y Satanás es su naturaleza. Por supuesto, no vamos a decírselo así a los niños, porque la palabra "naturaleza" no significa nada para ellos; pero deben entender que Satanás es una criatura que depende de Dios. Él no puede destruir a Dios; Dios, en cambio, sí puede aniquilarlo.
“Si fue Dios quien lo creó, ¿por qué es malo?”, preguntan los niños. Cuando hablemos del mal, de Satanás, del infierno, siempre insistamos en el concepto de libertad. Dios nos creó buenos, pero libres. Si no fuéramos libres, no podríamos amar. Si no puedo decir “no”, mi “sí” no tiene ningún valor. Satanás eligió decir “no” a Dios, el arcángel san Miguel, por ejemplo, decidió decir “sí”.
Debemos explicarles que, cuando uno actúa mal, el diablo y Dios, cada uno a su manera, uno falso y el otro verdadero, te dice: "no es tan grave". Pero lo que el diablo quiere hacerte creer es: "No importa, porque no duele”. Mientras Dios dice: “Está mal, pero si quieres, si me lo pides y reconoces la malicia de tu acto, te perdono cualquier cosa que hayas hecho. Mi amor es siempre más fuerte”.
Cuando hablamos con los niños sobre el Diablo, cuando respondemos a sus preguntas sobre este tema, no debemos olvidar mencionar al mismo tiempo a quien Dios eligió para aplastar la cabeza de Satanás: la Virgen María. En María, Satanás es derrotado, aplastado, porque María nunca lo escuchó, nunca le obedeció. Siempre, desde el primer momento de su existencia, María permaneció sin pecado. Pidámosle que nos mantenga alejados de las trampas del Maligno.
Adaptado de pasajes reunidos por Christine Ponsard. Aleteia