Muy a menudo, las soluciones a nuestros problemas son más simples y están más a nuestro alcance de lo que pensamos. En el Evangelio de san Lucas, Jesús enseña a sus discípulos “la necesidad de orar siempre e incansablemente” (Lucas 18, 1). Este es un excelente consejo.
Creo que el declive del Cristianismo en el mundo occidental se debe en gran medida a que muchas personas nunca rezan, pensando que pueden vivir sin Dios. Esto también se ve en las familias: para algunos, la única oración es la que se dice antes de las comidas y a veces ni esa. En mi opinión, esto explica en parte por qué la tasa de abandono de la práctica de la fe entre los jóvenes es más alta ahora que en el pasado. Jesús nos exhortó a orar sin cesar porque nuestra fe depende de ello. Si no rezamos, dejamos de creer.
Me gustaría proponer una solución simple pero profundamente eficaz a esta desafortunada tendencia: María y el Rosario. Puede parecer simplista, pero nunca he conocido a nadie que rece el Rosario que haya dejado de creer. Nunca.
¿Por qué es el Rosario una oración tan poderosa? Primero, porque nos hace orar con la Palabra de Dios. Las oraciones clave del Rosario están tomadas de las Escrituras; el padrenuestro y el avemaría son parte de los Evangelios. El Rosario también nos pone en contacto con los misterios redentores de Jesús. Los misterios del Rosario han formado mi mente y mi corazón a lo largo de los años. Muchos jóvenes no conocen los hechos fundamentales de la historia de la salvación: ¡los conocerían si rezaran el Rosario!
Otra razón sobre el poder del Rosario. Cuando rezamos, invitamos a María a entrar en nuestra vida diaria y Ella es nuestra madre. Ella nunca falla. Cuando rezamos el Rosario, es como si le dijéramos a María: “Madre, toma mi mano y ayúdame”. Ella siempre lo hace y nos ayuda a encontrarnos con Jesús, ya que nadie puede hacerlo.
El Rosario, con su elemento repetitivo, puede parecer poco interesante, incluso aburrido. Muchos lo ven como Naamán, el sirio, vio la inmersión en el Jordán en el Segundo Libro de Reyes, capítulo 5, cuando le dijeron que su lepra se curaría si se lavaba siete veces en el agua del Jordán y él se burló de la idea. Esperaba algo más grandioso y más extraordinario. Si tenía que lavarse en un río, había varios más hermosos que el Jordán. Sin embargo, ante la insistencia de sus sirvientes, aceptó y fue sanado milagrosamente. Volvió a su casa alabando al Dios de Israel.
El Rosario es algo parecido. Rézalo regularmente y verás los resultados.
Monseñor James V. Johnston Jr., obispo de Kansas City (Missouri, Estados Unidos)