Esto sucedió en la región suiza de Lausana:
Una noche, en 2017, María entró en nuestras vidas salvando la vida de nuestra hija. Gabrielle había nacido hacía tres días. Todo había sucedido tranquilamente en casa. Nuestra hija parecía estar en buen estado. Tres días después, sin embargo, todo comenzó a tambalearse. Mi pareja y yo acabábamos de terminar nuestra cena casi ‘hechos polvo’. Gabrielle estaba en brazos de su madre cuando de repente perdió el conocimiento. “Ya no respira. ¡Llama para pedir ayuda!”, me dijo de pronto ella.
En medio de la confusión me puse en acción. Un hombre respondió al teléfono de inmediato. Mi pánico se disipó. Un poco de sangre fría me ayudó. Rápidamente di nuestra dirección. El profesional me hizo varias preguntas específicas y luego me pidió que le hiciera a mi hija un masaje cardiaco junto con respiración de boca a boca a intervalos. Presa del pánico, hice una mezcla confusa de lo que él me dijo y mis recuerdos de un antiguo entrenamiento de primeros auxilios.
El cuerpecito de Gabrielle yacía en el sofá. Permanecía inerte con su pañal como único vestido. Varias veces volvió en sí con dificultad, pero pronto perdió el conocimiento. La voz del teléfono se hizo distante. Comprendimos que un helicóptero desde Lausana venía en nuestra ayuda, pero Gabrielle ya no respondía a mi estimulación. Mi pareja gritó, “¡vamos a perder a nuestra hija!”.
En ese momento, arrodillado ante Gabrielle, me veo uniendo las palmas de mis manos e implorando a la Santísima Virgen sin saber realmente por qué: "¡María, ayúdanos!”. ¿Reminiscencia de una educación católica olvidada hacía mucho tiempo? Mirando hacia atrás, había leído una oración de abandono total, más fuerte que yo. Recuerdo haber sentido que una fuerza poderosa caía sobre mí, envolviéndome. Luego volví a masajear a mi hija en una especie de estado de trance con un ritmo y de una manera que me fue impuesta.
Acto seguido, los socorristas irrumpieron en nuestra sala de estar. Se hicieron cargo de nuestra hija y le pusieron una máscara de oxígeno. En unos segundos, Gabrielle volvía en sí. En el camino hacia el helicóptero, uno de los socorristas me dijo poniéndome brevemente la mano sobre el hombro: “Su hija vivirá. ¡Lo ha hecho bien!”. Le dije entonces lo que para mí ahora era una certeza: “¡Fue María quien la salvó! ¡Estamos protegidos!”. Y las lágrimas me invadieron.
Laurent Deffeyes : Lector de Un Minuto con María