El papa Benedicto XVI reflexionó en las festividades de Navidad y Epifanía, y observó que los primeros creyentes en Cristo vinieron del pueblo de Israel: María, José, los pastores ante el pesebre en Navidad; luego vinieron otras naciones en la Epifanía, lo que denota, desde el inicio de la Iglesia, la universalidad de la salvación prometida.
Primero hay un núcleo, personificado por María, la “hija de Sion”: un núcleo de Israel, las personas que conocen a Dios y tienen fe en Él, que se ha revelado a los patriarcas y, en el camino de historia —observa el Papa—, vienen después los Reyes Magos de Oriente. Así, desde el principio, este pueblo es universal y lo vemos hoy en la figura de los Magos que llegan a Belén siguiendo la luz de una estrella y las indicaciones de las Sagradas Escrituras.
La fe de María puede compararse con la fe de Abraham: es el nuevo comienzo de la misma promesa, del mismo propósito inmutable de Dios, que hoy encuentra su pleno cumplimiento en Jesucristo. Y la luz de Cristo es tan clara y fuerte que hace inteligible el lenguaje del cosmos como el de las Escrituras para que todos los que, como los Magos, estén abiertos a la verdad, puedan reconocerla y llegar a contemplar al Salvador del mundo.
San León dice: “Que ella entre, que entre en la familia de los patriarcas (...). Que todos los pueblos (...) adoren al Creador del universo y que Dios sea conocido no solo en Judea, sino en toda la tierra”.
Roma, Ángelus del 6 de enero de 2013 (Zenit.org)