Seguramente, lo que Dios exige de nosotros por encima de todo es que le ofrezcamos nuestra voluntad sin reparos y que le dejemos hacer lo que quiera. Esta es la forma de tener paz en todo. Aparte de eso, todo lo que le decimos a Dios, o lo que Dios nos dice, nos sirve de poco o nada. Debemos llegar a la máxima de san Pablo: “Señor, ¿qué quieres que haga?”. Entonces, el Señor sabrá qué hacer. Y esta actitud le agrada mucho más que si estuviéramos haciendo maravillas por nuestra propia voluntad o si le dijéramos que estamos dispuestos a hacerlo por amor a él.
Más que cualquier otra cosa que podamos hacer o decir, Dios solo desea encontrar este deseo en lo profundo de nuestro corazón: “Señor, hágase tu santísima voluntad”.
Cuando el ángel Gabriel llevó el mensaje de la Santísima Trinidad a la Virgen Madre, el intercambio de palabras que tuvo con ella no sirvió de mucho. Pero cuando la Virgen renunció a su propia voluntad para ofrecerla a Dios, inmediatamente se convirtió en la verdadera Madre del Verbo Eterno. El fiat, al permitirle concebir al Hijo de Dios, le concede también tenerlo como hijo suyo, para poder llamarse a sí misma su verdadera Madre.
Tomado de Instituciones Taulerianas
Las Instituciones, atribuidas al dominico Jean Tauler († 1361), son en realidad una colección de textos místicos cuya procedencia no es clara, si bien se sabe que fueron escritos en el siglo XIV en Renania o Flandes. Su difusión, desde la Cartuja de Colonia dos siglos más tarde, les asegurará una fama considerable, hasta el punto de convertirse en el libro de cabecera de santa Teresa de Ávila.
Extracto de la revista Magnificat, 20 de diciembre de 2015.