Lo que hay de frágil en el mundo es lo que Dios ha elegido para confundir la fuerza; lo que en el mundo es sin nacimiento y lo que es despreciado, esto es lo que Dios eligió: lo que no es, para reducir a nada lo que es” (1 Co 1,27). En ninguna parte esta desproporción entre Dios y los medios que elige para manifestarse es más clara que en el caso de la Virgen María.
En Galilea, todo el mundo hacía bromas sobre Nazaret: "¿Puede salir algo bueno de Nazaret?” (Jn 2,45). ¡Y es Nazaret el lugar que Dios elige como hito en la historia del mundo!
María consideró permanecer virgen, afrontando de antemano el desprecio que en ese momento se tenía por las mujeres estériles. Y es a ella a quien Dios envía a Gabriel para decirle: "El ser santo que nacerá de ti, será llamado Hijo del Altísimo".
Dios hace lo nuevo, lo sorprendente, lo inaudito. Y lo más admirable de la actitud de María es que ella se suma rápidamente al plan de Dios, sin dejarse desanimar por su pobreza. Ciertamente, está asombrada de que la llamen "llena de gracia” y más todavía, “bendita entre las mujeres". Pero le basta que el Ángel le diga: "Has hallado gracia ante Dios" para que todos sus temores se desvanezcan. ¡Ella reconoce cuál es plan de Dios para su vida!
¿Qué estaba buscando, de hecho, una chica desconocida de un pueblo despreciado? Simplemente estar disponible en cuerpo y alma para esperar la hora de Dios. Su gran fuerza, su única fuerza, era que de antemano se estaba preparando para dejar que Dios lo hiciera: "para Él nada es imposible". Viene la miseria de Belén, viene la cruz de Jesús. La certeza del primer día la sostendrá: “No temas, María: has hallado gracia ante Dios”.
En los días felices como en los oscuros, María nunca dejó de confiar en Dios. Y el secreto de su esperanza, nos lo dice en el Magníficat, en una fórmula que resume, tanto la Antigua Alianza como los descubrimientos espirituales de su juventud devota: “Él no se olvida de su amor”.
Juan Lévêque, carmelita de la Provincia de París, extracto de una homilía sobre el Evangelio de san Lucas (Lc 1,26-38).
Fuente : Vie Monastique