El 15 de agosto de 1914, el teniente Charles Péguy1 asistió a la Misa de la Asunción en la iglesia de Loupmont, en la Meuse (este de Francia). Después de casi diez años, sabe que la guerra es inevitable. Durante quince días, está en servicio militar. El 3 de septiembre, pasa la noche poniéndole flores a la estatua de la Virgen en la capilla de la Butte de Montmélian, en los alrededores de Vémars. Y el 5 de septiembre, en Villeroy (cerca de Meaux), muere de pie, alcanzado por una bala en la frente. Su Gran Guerra fue corta: duró un mes.
A partir de 1907, este socialista impenitente, demasiado puro como para afiliarse al partido, se sintió invadido por la fe cristiana, como un río sobre un dique. Esta terminó con su socialismo y su lucha por Dreyfus. Este giro no significa una renuncia: su catolicismo no será una capitulación. Un "Dios que muerde" ha "hincado su diente" en su corazón. Está “herido” y completamente solo.
Solo entre sus amigos, solo en su familia, solo entre cristianos. (...) “Soy uno de esos católicos —diría él— que cambiaría a todo Santo Tomás por el Stabat, el Magnificat, el avemaría y la Salve Regina. Todas esas oraciones a la Virgen están disponibles. Son de fácil acceso. Basta decirlas para entrar en comunión con Dios; susurrarlas para deponer las armas a los pies de Aquella que aboga por las causas perdidas. Rezarlas para entenderse a sí mismo y examinar el propio corazón y especialmente para hacer las paces con uno mismo” (...).
Cuando limpia su alma, avanza por "el sendero pedregoso de la gracia", ofrece sus sufrimientos, se vuelve a Nuestra Señora. Viajará tres veces a Chartres. Hará tres peregrinaciones para confiarle a María la enfermedad de sus hijos, la muerte de un amigo, las tentaciones de infidelidad.
El peregrino se dirige a Ella, a quien llama "refugio del pecador".
1 Escritor y poeta francés (1873-1914)