El velo de la Virgen se venera cada año el 15 de agosto y, con motivo de la festividad de la Inmaculada Concepción, el 8 de diciembre. Es objeto de veneración particular por parte de los ortodoxos en Chartres, donde está guardado en la capilla de los mártires.
Encontrado en el siglo V, en Constantinopla, este tejido de seda sería el usado por María en el momento de la Anunciación. La emperatriz Irene (del Imperio Bizantino) se lo entregó a Carlomagno, quien lo guardó por primera vez en Aquisgrán, Alemania. Su nieto, Carlos el Calvo, lo donó a la catedral de Chartres en el 876.
El velo fue rápidamente venerado por sus muchos milagros. En ese momento, protegió a la ciudad y curó las intoxicaciones. Fue pronto objeto de peregrinaciones. En los siglos XVII y XVIII el capítulo ofreció camisones a las reinas embarazadas de Francia.
“Así se aseguraron un buen alumbramiento tras usar los camisones que habían sido colocados en el santuario que contenía el velo de la Virgen. María Leszczynska, esposa del rey Luis XV, fue la última en usarlo”, explica Gilles Fresson, vicario de la rectoría de la catedral.
La preciosa reliquia casi desapareció durante el gran incendio de la catedral en 1194. Fue cortada en trozos en 1793, algunos de los cuales son venerados en otras ciudades como Rouen (Sena Marítimo). La tela de seda de dos metros de largo, tejida en Oriente, entre los siglos I y III, puede verse en Chartres, en un relicario construido en 1876.
Hasta el siglo XX, el velo no salió de Chartres. Escondido en un edificio parisino, en 1914-1918, se mantuvo en Lourdes después del éxodo de 1940. De vuelta en Chartres en 1944, estuvo protegido, hasta 1990, en otro relicario, y de ahí en adelante se encuentra en la cripta.
Adaptado de un artículo de Jean-Michel Benquet