La historia cuenta que el lunes 26 de mayo de 1670 tuvo lugar un milagro en la basílica de Nuestra Señora de Cléry, santuario de Loiret (centro de Francia). Varios testimonios verbales presentados ante el notario de la ciudad dan fe de ello: la estatua de la Virgen María lloró el lunes de Pentecostés, esto es, exactamente hace 350 años. El canónigo Luciano Millet, párroco de la basílica de Nuestra Señora de Cléry, lo afirma en un pequeño libro escrito en 1926 para alabar este santuario. El Santuario de Loiret fue construido en 1280, después de que unos campesinos descubrieran milagrosamente una estatua de la Virgen María.
El autor del libro da un lugar de honor al "milagro de las lágrimas". Lo reportan así las palabras de María Teresa Bonamy, quien, en 1882, recordó haber escuchado a su abuelo contar que había visto a la Virgen "sonrojarse, palidecer y llorar".
Cuarenta y un testimonios fueron recopilados como parte de una investigación iniciada por la autoridad religiosa, inmediatamente después de los hechos aquí relatados: “El milagro ocurre a las 4:07 de la tarde. Durante al menos dos horas, la estatua de la Santísima Virgen y el Niño Jesús cobra vida: ambos cambian de color, pasan en diferentes ocasiones de una palidez agonizante a un rubor muy brillante; el rostro se les cubre de sudor y derraman lágrimas”.
El autor continúa: "Para que la certeza del hecho pudiera establecerse mejor, Dios permitió que un personaje se atreviera, en voz alta, a manifestar su incredulidad”. Era un escudero, jefe de los guardias del Duque de Orleáns: después de atribuir el fenómeno a peculiares reflejos del sol, “vio que las figuras de la Santa Virgen y el Niño Jesús cobraban vida, cambiaban de color, las lágrimas fluían de sus ojos. Sorprendido, confundido, el escudero se arrodilló para rezar y se escondió detrás del altar para llorar sin ser visto”, escribió el canónigo Millet.
El milagro tuvo lugar en la iglesia real de Cléry, durante el reinado de Luis XIV, quien fue el primer canónigo de la iglesia colegiada. Y el canónigo Millet aclaró: "Los canónigos no podían dejar que el monarca lo ignorara y Luis XIV tenía muchas razones para pensar que la Santísima Virgen había llorado por los escándalos de la Corte (…). "Cegado por sus pasiones, ebrio de orgullo, prestó poca atención a las lágrimas de la Madre y las advertencias del Hijo", lamenta el autor.
Adaptado de: Larep