Somos conscientes de la poderosa eficacia del Rosario para obtener la ayuda materna de la Santísima Virgen. Aunque ciertamente solo hay una manera de orar por ello, creemos que el Rosario es el medio más adecuado y fructífero, como lo sugiere claramente su origen mismo, mas divino que humano, como también por su naturaleza íntima.
(...) Todos los fieles, incluso los más sencillos y menos instruidos, tienen una manera fácil y rápida de nutrir y fortalecer su fe. Al meditar con frecuencia sobre los misterios, el alma alcanza y absorbe imperceptiblemente las virtudes que contienen, se enciende fuertemente con la esperanza de bienes inmortales y se siente fuerte y suavemente estimulada a seguir el camino trazado por Cristo y por su Madre. La recitación misma de fórmulas idénticas, tan a menudo repetidas, lejos de hacer que esta oración sea estéril y aburrida, tiene, por el contrario, la admirable virtud de infundir confianza en quien reza y de suscitar una suave violencia en el Corazón materno de María. (...)
Por lo tanto, no dudemos en repetirlo: pongamos una gran esperanza en el Rosario para la curación de los males que afligen a nuestros tiempos. No es con la fuerza, ni con las armas, ni con el poder humano, sino con la ayuda divina obtenida por esta oración que la Iglesia, fuerte como David con su honda, podrá enfrentar sin miedo al enemigo infernal, dirigiéndole las palabras del joven pastor: "Vienes contra mí con la espada, la lanza y la jabalina, pero voy contra ti en nombre del Dios de los ejércitos (...) y toda esta multitud sabrá que "no es ni por la espada, ni por la lanza que Dios salva" (Reyes 17, 44.49).
Pío XII, 15 de septiembre de 1951, fragmento de la carta encíclica Ingruentium malorum