Yo, a quien el Eterno había predestinado para ser la Reina de sus ángeles, ya tenía, en la tierra, dos ángeles como súbditos: mi ángel guardián, cuya presencia visible sentí continuamente revoloteando a mi lado con destellos de luz y un aroma celestial, y mi esposo angelical.
Su carne no estaba oscurecida por un deseo de sangre, vivía cerca de mi propia carne como si fuéramos dos lirios florecidos en el mismo macetero de flores que se perfuman y florecen para el Señor, son un ejemplo el uno para el otro para elevarse más hacia Dios, para desprender un aroma a santidad más fuerte por amor a Dios y a su cónyuge (...).
¡Mi José santo y bendito! Mi corazón nunca dejó de agradecerle a Dios por habérmelo entregado como esposo porque, como Padre Santo, el Señor cuidaba a su sierva; creó la defensa viviente de mi virginidad sacada del Templo y el aliento del mundo se rompió contra José sin que el ruido o el hedor de la maldad humana penetraran más allá de donde la Virgen eterna continuaba alabando al Señor, como si estuviera predestinada para el servicio del altar, más allá del Santo de Santos, allí donde brillaba la gloria del Dios eterno.
La Santísima Virgen María
De Los Cuadernos de 1944, de María Valtorta, 11 de enero.