Las Escrituras no lo dicen, pero no hay duda de que la Madre de Dios estuvo presente durante la Última Cena. Seguramente llegó a Jerusalén como de costumbre para la fiesta de Pascua y celebró la comida de Pascua con todo el grupo que siguió a Jesús.
Ella, que guardaba todas las palabras de Jesús en su corazón, cuánto debió acoger sus palabras de despedida: “Yo deseaba fervientemente celebrar esta cena de Pascua con ustedes” (Lc 22, 15). ¿No pensaría en las Bodas de Cana en ese momento?1.
Ahora había llegado su hora. Ahora podía dar a su Madre lo que solo podía sugerir como símbolo: ¡la comunión! ¿No fue —María— como un retorno a esa unidad invisible, cuando lo alimentaste con tu carne y sangre? Pero ahora es Él quien te alimenta.
¿No ves a esta hora todo el Cuerpo Místico ante ti, el que crecerá con esta comida sagrada? ¿No lo recibes ahora como Madre, ya que mañana al pie de la Cruz te será entregado? ¿No ves también todas las ofensas que se le harán al Señor en estas especies y no ofreces satisfacción por eso?
Oh Madre, enséñanos a recibir el Cuerpo del Señor como tú lo recibiste.
1 Cf. Jn 2, 1-12, ver el versículo 4: “Mi hora aún no ha llegado”.
Santa Edith Stein, El secreto de la Cruz (extractos)