Al seguir de lejos los episodios de la vida de su Hijo, María participa del drama de sentirse rechazada por una parte del Pueblo Elegido.
Manifestado desde su visita a Nazaret, este rechazo se hace cada vez más evidente a través de las palabras y el comportamiento de las autoridades del pueblo, de manera que la Virgen a menudo habría sido consciente de las críticas, insultos y amenazas dirigidas a Jesús. También en Nazaret, la incredulidad de familiares y allegados la lastimará varias veces, quiernes tratarán de aprovecharse de Jesús (cf. Jn 7, 2-5) o de impedir su misión (cf. Mc 3, 21).
A través de estos sufrimientos padecidos con gran dignidad y en secreto, María comparte el itinerario de su Hijo "hacia Jerusalén" (Lc 9, 51) y, cada vez más unida a Él en fe, esperanza y amor, coopera con la salvación.
La Virgen se convierte así en un ejemplo para quienes aceptan la palabra de Cristo. Al creer, desde la Anunciación, en el mensaje divino y al adherirse plenamente a la Persona del Hijo, Ella nos enseña a escuchar con confianza al Salvador para descubrir en Él la Palabra divina que transforma y renueva nuestra vida. Su experiencia también nos anima a aceptar las pruebas y sufrimientos que nacen de la fidelidad a Cristo, manteniendo nuestros ojos fijos en la dicha prometida por Jesús a quienes escuchan y guardan su Palabra.
San Juan-Pablo II, Audiencia General del 12 de marzo de 1997.