El Rosario a menudo tiene fama de ser algo arcaico, algo para ancianos o religiosos. Sin embargo, muchos papas han llamado a rezarlo. Recientemente, el papa Francisco recomendó la novena a Nuestra Señora que desata los nudos con el rezo de un Rosario. Todas estas iniciativas son bienvenidas y saludables. Sin embargo, encuentran poco eco entre los sacerdotes que se supone las transmiten a sus feligreses.
Además, como laico, quería actuar publicando Generación Rosario (“Génération Rosaire” en las ediciones de Parvis), un folleto explicativo que explica la escena de cada misterio, el fruto a meditar y las resoluciones a tomar para que la oración, lejos de ser una actividad pasiva, se convierta en un momento de toma de decisiones para pasar a la acción.
Pero, ¿por qué tomar o retomar el Rosario? Porque en sus apariciones, la Santísima Virgen María lo ha pedido constantemente. Porque es un recordatorio del Evangelio. Porque concentra las facultades del corazón, la mente y el cuerpo.
Todo lo que las personas buscan en el esoterismo, las artes de la adivinación, el desarrollo personal, la medicina energética es ese vínculo entre uno mismo, los demás y el más allá. Nuestra vida pende de un hilo y hasta el último de nuestros cabellos está contado.
El Rosario es el salvavidas (por no decir, la salvación) que María nos envía para ir a Jesús y a nuestro Padre al orar por nosotros, pobres pecadores, al Espíritu Santo para que nos conceda sus dones, sus carismas, sus frutos y virtudes.
Fabrice Harschène, autor católico belga