En su trayecto espiritual de fe, María, mujer inteligente y libre, se hizo algunas preguntas: “¿Cómo será esto pues no conozco varón?” (Lc 1,34), en la Anunciación; “Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te buscábamos ansiosos”. (Lc 2,48), cuando Jesús fue recuperado en el Templo de Jerusalén. Y san Lucas evangelista, para aclarar que María y José no entendieron la respuesta de Jesús, escribe: “¿No sabías que yo debía estar en la casa de mi Padre?” (Lc 2:49).
María no entendió todo desde el principio. Avanzó en la fe, con las luces y sombras propias del camino de fe. La fe bíblica remite a la Palabra de Dios. Creer es adherirse a la Palabra revelada que es luz, pero las profecías también tienen una parte de oscuridad. También místicos como san Juan de la Cruz hablan de la noche de la fe y exégetas como el padre Lagrange evocan la oscuridad del texto bíblico. (...)
Siguiendo el ejemplo de María, el teólogo se hace preguntas y busca respuestas usando la razón iluminada por la gracia de la fe.