Los no católicos a menudo tienen una concepción completamente falsa de la devoción católica a la Madre de Dios. Se imaginan, y uno puede entenderlo, que los católicos consideran a la Santísima Virgen como un ser cuasidivino, que poseería una gloria, un poder y una majestad iguales a las de Cristo. Ven la Asunción de María al cielo como una especie de apoteosis de la Redención que parece ser igual a la del Hijo.
Esto es completamente contrario al espíritu de la Iglesia Católica. Es olvidar que la gloria principal de María reside en su nada, en el hecho de ser la "sierva del Señor", quien, al convertirse en la Madre de Dios, actuó sencillamente sometiéndose con amor a su mandato, en la obediencia de fe más pura. Ella es bendecida no por ciertas prerrogativas pseudodivinas y míticas, sino por su fe, aun teniendo limitaciones humanas y femeninas. Es la fe y la fidelidad de esta humilde sierva "llena de gracia" las que le permitieron ser instrumento perfecto de Dios y nada más que su instrumento. La obra realizada en Ella es puramente obra de Dios. "El Todopoderoso ha hecho en mí maravillas”.
En realidad, esto es lo que constituye precisamente su mayor gloria: que no teniendo nada propio y no teniendo nada de un "yo" que pudiera presumir de nada, no obstaculiza la obra de la misericordia de Dios, y de ninguna manera se resistió ante su amor y voluntad. Esta es la razón por la que recibió de Dios más que cualquier otro santo. Él pudo cumplir perfectamente su voluntad en Ella (...). Era y es una persona en el más alto grado, precisamente porque, siendo "inmaculada", estaba libre de cualquier mancha de egoísmo que pudiera haber oscurecido la luz de Dios en su ser. Por tanto, Ella era una libertad que obedecía perfectamente y en esta obediencia encontró la realización del amor perfecto.
Thomas Merton (1915 – 1968) - Catholic.org
(Merton monje cisterciense-trapense estadounidense)