Isidoro no es actor. Su historia es real. Él da su testimonio en la película Lourdes. Desde los primeros minutos del documental, vemos a Isidoro maquillarse como una mujer frente a su espejo y esperar al cliente en el Bosque de Bolonia (París, Francia). Las imágenes, que podrían hacer que el espectador se sienta incómodo, entran en el misterio de este famoso lugar donde lo sobrenatural se ha establecido. Paradójicamente, están entre los más fuertes de la película, ya que la piedad de Isidoro es abrumadora.
Su viacrucis comienza en la adolescencia, cuando deja Portugal para escapar de un padre violento y llegar a Francia. La calle, como único horizonte, las malas amistades y pronto se verá atrapado en las sórdidas redes de la prostitución. El único destello de luz en la noche: su fe, herencia de una madre muy creyente. ¿Acaso no había sido monaguillo? “Ayudaba la Misa descalzo, fue el sacerdote quien me ofreció unas sandalias”. La rue du Bac (capilla de la medalla milagrosa en París) se convierte en su único escape.
Luego, en los años ochenta, vivió una fuerte experiencia espiritual en su habitación en Pigalle, la cual prefiere guardar en secreto “porque es demasiado íntima”. “Este encuentro con Cristo me sorprendió. Participar en este documental sobre Lourdes fue una forma de presenciar las maravillas que ocurren allí”, continúa diciendo.
“Algunos feligreses me felicitan por mi valentía. Lo hice con mucha naturalidad”, dice Isidoro. Ahora tiene 66 años y pasa la mayor parte de su tiempo en la Basílica del Sagrado Corazón en Montmartre (París), donde es un adorador del Santísimo Sacramento: “Me refugio en el Señor, indago en las Sagradas Escrituras para escuchar lo que Él me quiera decir. Le pido a Él y a María que me ayuden a ser mejor. Mi vida está en sus manos”.