San Nicolás de Tolentino (1246-1305), un monje de la Orden de los Ermitaños de San Agustín, ayunaba en todas las vísperas de las festividades de la Santísima Virgen y todos los sábados del año con pan y agua.
Como estaba enojado un día porque, debido a una enfermedad grave, sus superiores lo habían obligado a romper el ayuno, la Virgen María le demostró cuánto la había conmovido su gran devoción: Ella revivió e hizo volar dos perdices asadas que le habían servido a Nicolás durante la primera comida con la que tuvo que romper el ayuno. A la noche siguiente, Ella le presentó un poco de pan mojado en un vaso de agua y fue el remedio que lo curó de una fiebre maligna, de la cual ningún médico había podido curarlo.
Y la Virgen le prometió a Nicolás que este mismo remedio le serviría, después de su muerte, a todos aquellos que lo usaran invocándolo. De allí viene el milagroso pan de san Nicolás que se bendice cada año en los Conventos de San Agustín, un pan bendecido que hace maravillas todos los días.
Hermano Rafael, sacerdote agustino descalzo.
En: Le Trésor inconnu, (El tesoro desconocido) Ediciones benedictinas, págs. 106-107