Este retraso no fue un ligero consuelo para los discípulos de Cristo. Este retraso no le quitó nada a la Madre, en cambio, trajo al mundo los remedios de la salvación.
El Señor Jesús deseaba que, después de su regreso al Padre, los Apóstoles pudieran disfrutar de la asistencia y la educación materna. Aunque ya habían sido instruidos por el Espíritu, todavía tenían algo que aprender de quien le dio al mundo el Sol de justicia e hizo que la fuente de la Sabiduría brotara de su inmaculado seno, como un prado virginal.
Finalmente, en su admirable bondad, la Providencia quería que la Iglesia primitiva, que ya no veía a Dios presente en nuestra carne, pudiera ver a su madre y ser consolada por su mirada tan amable.
Amadeo de Lausanne, Abad cisterciense (1110-1159)
Homilía 7: La muerte de la Virgen y su Asunción