Acuérdate y recuerda, oh dulce Virgen María, que tú eres mi Madre y que yo soy tu hijo (…) que eres muy poderosa y que yo soy un pobre ser pequeño, miserable y débil;
os pido, querida dulce María, que me gobernéis y defendáis en todos mis caminos y acciones.
No me digáis, Virgen afable, que no podéis,
ya que vuestro querido Hijo os ha dado toda potestad…
No me digáis que no debéis,
ya que sois la Madre común para todos los humanos y particularmente la mía…
Si no pudierais, os perdonaría diciendo:
es verdad que es mi Madre y que me quiere como a un hijo:
pero la pobrecita le falta el tener y el poder…
Si no fuerais mi Madre, esperaría con paciencia diciendo:
es muy rica para poder asistirme, pero por desgracia, como no es mi Madre, no me quiere…
Entonces, querida Virgen mía, pues sois mi Madre y sois poderosa,
¿cómo podría disculparos si no me aliviáis y no me prestáis vuestro socorro y auxilio?
Ved, Madre mía, que estáis apremiada por aceptar todas mis peticiones.
Por el honor y la gloria de vuestro Hijo,
aceptadme como hijo vuestro, sin mirar mis miserias y mis pecados…
Liberad mi alma y mi cuerpo de todo mal
y dadme todas vuestras virtudes,
sobre todo la de la humildad.
Por fin, ofrecedme todos vuestros dones, bienes y gracias,
que placen a la Santa Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Así sea.
Oración a la Virgen María: San Francisco de Sales (1567-1622)