En Nicaragua, que en la década de los ochenta estaba bajo un gobierno de izquierda radical y donde las relaciones entre el Estado y la Iglesia eran extremadamente tensas, la Madre Teresa tuvo la intención de abrir una casa de las Misioneras de la Caridad.
En una comida al aire libre, después de una celebración religiosa en un lugar de apariciones, llegaron cien soldados armados y se acercaron al grupo. La Madre Teresa avanzó hacia ellos y sacó del bolsillo, para cada uno de los soldados, una medalla milagrosa de la Virgen aparecida a santa Catalina Labouré.
Unos días después, recibió el permiso para enviar religiosas al país.