El ángel está esperando tu respuesta. Es hora de que regrese a Dios quien lo envió. Nosotros también estamos esperando, oh, Soberana nuestra, la palabra de misericordia, nosotros los miserables, sobre quienes pesa una sentencia de condena.
Aquí te ofrecemos el precio de nuestra salvación: acéptalo y seremos liberados. Todos somos obra de la Palabra eterna de Dios y sabemos que debemos morir, pero con una palabra tuya seremos llamados a la vida.
Es la súplica dirigida a ti, oh Virgen llena de piedad, del triste Adán, exiliado del cielo con su desafortunada posteridad, es la súplica de Abraham, la súplica de David. Es la oración constante de todos los demás santos patriarcas, sus padres, que también viven en la región cubierta por sombras de muerte. Es la expectativa de todo el universo, prosternado de rodillas.
De la respuesta que saldrá de tus labios depende de hecho el consuelo de los desafortunados, la redención de los cautivos, la liberación de los condenados, la salvación de todos los hijos de Adán, de toda su descendencia. Oh, Virgen, date prisa en darnos esta respuesta.
¡Oh, soberana nuestra, di la palabra que esperan la tierra, el infierno y los cielos! El Rey y el Señor de todas las cosas espera Él mismo —con tanto ardor como ha deseado tu belleza— tu consentimiento, que ha puesto como condición para la salvación del mundo.
San Bernardo de Claraval (1091-1153): Doctor mariano - Homilía sobre el «Missus est» IV,8.
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