Él se siente feliz de que el mes de marzo, el mes de san José, corresponda a una parte de la Cuaresma, para que, durante este tiempo, con interés especial, cada uno de nosotros, en el silencio y la humildad que el Señor nos recomendó, se esfuerce el Miércoles de Ceniza, como san José, por glorificar a Dios ofreciéndose a Él por la salvación del mundo.
Nuestros ejercicios de piedad y nuestras mortificaciones, nuestras obras de misericordia y nuestras limosnas son ofrendas que el Señor recibe y que, por medio del misterio de la Misa, une a su propio sacrificio para la salvación del mundo.
San José, custodio del misterio divino, con la ayuda de la gracia, vio cómo su amor de esposo y su sentido de la paternidad se renovaban, transformaban y transfiguraban para alcanzar una nueva dimensión en el sentido del servicio a Dios en favor de la salvación del mundo. Así, nosotros, a través de su intercesión, aprenderemos imitando su ejemplo.
La veneración a san José, sin querer igualarla, es inseparable de la de la Santísima Virgen y el lugar que ocupa en el misterio de la Encarnación es tan eminente que la Iglesia no exagera con los honores que le rinde.