Había en Reisberg, en el norte de la región de Vosges (Francia), un canónigo muy mariano. Al ver la muerte que se aproximaba, recibió los últimos sacramentos y envió a buscar a sus hermanos religiosos, a quienes les rogó que no lo abandonaran en el último trance.
Apenas comenzó a hablarles, en presencia de ellos mismos se puso todo él a temblar, y bañado en un sudor frío les preguntó a los religiosos con voz temblorosa si no veían a los demonios que se acercaban para llevárselo al infierno. “Hermanos, agregó, imploren la ayuda de María; yo confío en Ella y Ella me hará triunfar.”
Los religiosos entonces recitaron las letanías de la Santísima Virgen y, al oír las palabras "¡Santa María, ruega por nosotros!”, el moribundo gritó: repitan, repitan el nombre de María, ¡porque ya estoy ante el tribunal de Dios! Después de un momento continuó: “Sí, cometí ese pecado, pero hice penitencia”. Y dirigiéndose a la Virgen María: “¡Oh Virgen María, seré liberado si me concedes tu apoyo!”. Los demonios lo estuvieron atacando toda la noche y él se defendió con el crucifijo e invocando el nombre de María.
Al amanecer, recuperada la serenidad, el canónigo exclamó: ¡María, mi dueña y mi refugio, me salvó! Y, mirando a la Virgen que lo invitaba a seguirla, dijo: "Ya voy, ¡oh, mi soberana!”. Y expiró lentamente.
Alfonso de Ligorio: Tomado de Las glorias de María