Devoto de la Santísima Virgen e inquebrantable en la castidad, el príncipe Casimiro (ahora san Casimiro, patrono de Lituania) dominó sus pasiones a través de una vida de austera mortificación. Víctima de tuberculosis pulmonar, murió en Grodno, Polonia, el 4 de marzo de 1484.
Cuando, en 1604, abrieron su tumba para trasladarlo a la iglesia que Segismundo III, Rey de Polonia, acababa de erigir en su nombre, se encontró su cuerpo fresco y completo, y en las manos sostenía un himno a la Santísima Virgen, cuyos primeros versos son los siguientes:
Todos los días, oh alma mía, rinde homenaje a María, celebra sus fiestas y alaba sus luminosas virtudes; contempla y admira su grandeza; proclama su dicha ya sea como Madre o como Virgen; venérala para librarte de la carga de tus pecados; invócala para no dejarte llevar por el torrente de las pasiones
Lo sé, nadie puede venerar a María con dignidad. Sin embargo, es insensato el que guarda silencio ante sus cualidades; todos deben alabarla y amarla de manera especial y nunca debemos dejar de venerarla e invocarla (...)".
El equipo de Marie de Nazareth