Hay tres etapas en la verdadera devoción a la Santísima Virgen: la invocación, la imitación y la intimidad. Cuando amas a alguien, mantienes su nombre y su memoria permanentemente en tu corazón.
Comenzamos a invocar a María porque sentimos necesidad de su ayuda. Entonces la amamos más y sentimos necesidad de parecernos a Ella. Así que tratamos de imitarla. Para imitarla, sentimos necesidad de conocerla mejor (...). Cuanto más la conocemos, más la amamos y más queremos entrar en su intimidad.
Vivir en la intimidad de la Virgen es la alegría más grande, es la forma más noble de ir a Dios. Con María, la vida es bella. Con Ella y en Ella, uno prueba las insondables riquezas del corazón del Salvador. Uno no puede amar verdaderamente a Cristo sin amar a su Madre y amar a todos aquellos a quienes Cristo ha amado. María nos introduce en el misterio de la Iglesia. Pretender amar a Cristo y no amar a María y a la Iglesia es una falta de lealtad, porque Cristo es inseparable de su Iglesia.
A pesar de las apariencias, la verdadera devoción a la Virgen María está floreciendo en nuestro mundo. Es signo de juventud y portadora de alegría. El hermano Gabriel Mossier (trapense, 1835-1897) dijo hablando de su propia experiencia: “Si supiéramos todos los bienes que nos trajo el amor de la Virgen María, no habría pecado, no habría infierno, hay tanto gozo en servir al Señor”.
Padre Bernardo Martelet (1902-1988) Trapense y escritor - En Marie de Nazareth