Hasta hace algún tiempo, era costumbre practicar la consagración a los dos Corazones por separado, primero al Sagrado Corazón de Jesús y luego al Corazón de María. La consagración de la Iglesia Universal y del mundo por el papa es su punto más alto.
Así, en 1899, el papa León XIII consagró la Iglesia y el mundo al Sagrado Corazón de Jesús; en 1942, el papa Pío XII consagra en un acto similar a la Iglesia y al mundo al Inmaculado Corazón de María. El papa Juan Pablo II repitió esta misma consagración en 1984 y en el 2000.
Jesús y María son inseparables. Por eso nos consagramos y nos entregamos a ambos Corazones simultáneamente.
En el seno de la Virgen, bajo el impulso del Espíritu Santo, Jesús se convirtió en un hombre con un corazón humano. Desde el principio, los dos corazones están unidos de una manera adorable.
María, madre y educadora, formó el corazón humano de su Hijo.
En el momento en que la lanza del soldado romano traspasó el corazón de Jesús crucificado, el corazón de María también fue atravesado por la espada del dolor. El Sagrado Corazón de Jesús es el reflejo del Corazón de su Madre.
En la Iglesia, la devoción al Corazón de María y al Sagrado Corazón evolucionaron simultáneamente. El día después de la festividad del Sagrado Corazón, recordamos el Inmaculado Corazón de María, que nos muestra la íntima relación entre las dos devociones.
En 1916, durante las tres apariciones del ángel en Fátima, el ángel de la paz habló tanto del Corazón de Jesús como del Corazón de María. La Madre siempre está cerca de su Hijo.