Siendo que en la persona del apóstol Juan, el Señor Jesús dio su Madre a todos los que creían en Él como Hijo de Dios y Redentor de la humanidad (cf. Juan 19, 25-27), la historia de la Iglesia, desde hace dos mil años, está indudablemente ligada a la historia de María. En respuesta a su amor, durante siglos la Iglesia la ha venerado como su Madre, como Madre de la Iglesia.
Este título oficialmente atribuido a María es relativamente reciente. Se pronunció en el otoño de 1964 con motivo de la clausura de la 3ª sesión del Concilio Vaticano II. Después de la promulgación de la constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium por parte de los padres del Concilio, durante la Misa solemne, el papa Pablo VI declaró a la Virgen María Madre de la Iglesia, es decir, de todo el pueblo de Dios, así como de los fieles y pastores que la llaman Madre amorosa. El Papa también deseó que “de ahora en adelante, con un título tan dulce, la Virgen fuera aun más venerada e invocada por todos los cristianos”.
En respuesta a la iniciativa del Papa, el episcopado de Polonia, en 1971, fue el primero en inaugurar la festividad de la Madre de la Iglesia, señalando el lunes después de Pentecostés como el día más apropiado para su celebración. El 11 de febrero de 2018, con un decreto emitido por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, el papa Francisco aprobó su inscripción en el Calendario Romano Universal y decidió celebrarla el lunes de Pentecostés.
El titulo de “Madre de la Iglesia” conlleva una riqueza de significado inconmensurable: se refiere a la profundidad del misterio de la maternidad contenido en la palabra “madre”, pero también a la Iglesia que da vida en Dios.
Mons. Marek Jędraszewski, arzobispo de Cracovia, homilía del 6 mayo de 2018, durante la Misa de renovación de María como patrona de Luxemburgo.