Cuando, desde temprano en mi infancia, comprendí que Dios existía, siempre he sido cuidadoso y temeroso de mi salvación y mi conducta. Pero desde que supe que Dios era mi creador y el juez de todas mis acciones, lo amé íntimamente. Temí en todo momento ofenderlo con mis palabras o acciones.
Después, cuando supe que Él había dado la ley y sus mandamientos al pueblo, y había hecho con ellos tantas maravillas, decidí firmemente en mi alma amarlo solo a Él. Y las cosas mundanas me resultaban amargas.
Después de eso, sabiendo también que Dios redimiría al mundo y nacería de una Virgen, un gran amor por Él me conmovió e hirió, de manera que ya solo pensaba en Él y solo a Él amaba.
Me alejé lo más que pude de los discursos familiares y la presencia de mis padres, y de mis amigos. Les di a los pobres todo lo que podía y solo me reservé la ropa indispensable y un poco para vivir.
Sobre la Virgen María según santa Brígida de Suecia,
« Révélations Célestes » livre I ch 10