A la edad de nueve años, tuve un sueño que se quedó grabado en mi mente toda mi vida.
En este sueño, me pareció que me encontraba cerca de nuestra casa en un patio muy amplio donde jugaba una multitud de niños. Algunos reían, muchos blasfemaban. Al escuchar estas blasfemias, inmediatamente me lancé en medio de ellos, dando puñetazos y voces para callarlos. En ese momento, apareció un hombre imponente, noblemente vestido. Su rostro era tan luminoso que no se le podía ver a la cara. Me llamó por mi nombre y me dijo:
"No es con golpes, sino con dulzura y caridad que tendrás que hacer de ellos tus amigos". Entonces comencé inmediatamente a hablarles acerca de la fealdad del pecado y del valor de la virtud. Intimidado, temeroso, respondí que era un pobre niño ignorante. (...) Le pregunté:
—¿Quién eres tú para ordenar cosas imposibles?
—Precisamente porque estas cosas te parecen imposibles, tendrás que hacerlas posibles obedeciendo y adquiriendo conocimiento.
—¿Cómo puedo adquirir conocimientos?
—Te daré un profesor. Bajo su guía, podrás convertirte en un erudito.
—Pero, ¿quién es usted?
—Soy el Hijo de la Mujer a quien tu madre te enseñó a orar tres veces al día. Mi nombre pregúntaselo a mi Madre.
San Juan Bosco Recuerdos autobiográficos (Traducido del francés)