Ningún santo ha observado silencio como María lo hizo

La tradición dice que los tres habitantes de la santa Casa de Nazaret, Jesús, María y José, casi nunca hablaban. Reinaba en su hogar un silencio más profundo que el de una cartuja donde el viento de los Alpes ruge a través de los pasillos y sacude las ventanas, mientras que todo lo demás sigue en silencio. Jesús hablaba muy poco. Esta es la razón por la que María guardaba todo en su corazón porque, como los tesoros, sus palabras fueron raras y preciosas.

Si reflexionamos, veremos que difícilmente podría ser de otra manera. Dios es muy callado. En lo que respecta a María, la historia del Evangelio confirma la tradición. La escasa cantidad de palabras de María es asombrosa. Es tan sorprendente, que algunos santos contemplativos han supuesto que, en su humildad, María habría ordenado a los evangelistas que suprimieran, en lo que a ella respecta, todo lo que no fuera absolutamente necesario para la doctrina de Cristo.

Sin duda, ningún santo ha practicado el silencio como ella. Pero, ¿cómo hubiera podido no estar callada? Una criatura que había vivido tanto tiempo con el Creador, no podía hablar mucho; su corazón estaba lleno, su alma reducida al silencio. Ella había llevado a Jesús en sus brazos. Ella había velado mientras él dormía. Ella le había dado su alimento. Ella lo había mirado a los ojos. Él le había revelado sin cesar su corazón. Ella había aprendido a entenderlo.

Entre el Creador y la creatura, en relaciones como las que existían entre Jesús y María, el silencio, mejor que la palabra, era un lenguaje. ¿Qué podían haber aportado las palabras? ¿Qué hubiesen podido agregar? No podrían haber soportado el peso de los pensamientos de la Madre y mucho menos el de los pensamientos del Hijo.

Frédéric William Faber (1814-1863), poeta y teólogo británico

Convertido al Catolicismo, Frédéric William Faber fue miembro de la congregación de l'Oratoire. Es el fundador del Oratorio de Londres.