La Virgen María, quien después del anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su alma y en su cuerpo, y dio la Vida al mundo, es reconocida y venerada como verdadera Madre de Dios y del Redentor.
Redimida de modo eminente, en previsión de los méritos de su Hijo y unida a Él con un vínculo estrecho e indisoluble, está enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo.
Y por eso es la hija predilecta del Padre y templo del Espíritu Santo; por el don de una gracia tan extraordinaria, supera con creces a todas las demás creaturas, celestiales y terrenas.
Constitución dogmática Lumen Gentium, Cap. VIII, § 53
Concilio Vaticano II