“Al entrar en la casa, vieron al niño con María, su madre, y, cayendo de rodillas, se postraron ante él; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron oro, incienso y mirra” (Mt 2,11).
José es testigo de esta actitud de los Magos hacia el niño. ¿No es para él una asombrosa confirmación de lo que el ángel le había anunciado, como también de lo que los pastores le habían dicho?
Los Magos, esos hombres del Oriente, respetables y sabios ante los ojos de otros hombres, no dudaron en hacer el largo viaje para postrarse ante el "niño", ese niño pequeño que no es como otros niños; y José, como María, lo sabe mejor que nadie.
No son las autoridades religiosas de Jerusalén las que vienen a postrarse ante él, aunque han sido alertadas, sino unos sabios del Oriente. Así como los pastores pasaron ante los descendientes de David, los magos pasaron ante las autoridades religiosas de Jerusalén.
Para José, un hombre justo, ¿no es esta la manifestación del orden de la sabiduría divina? Los pobres y los pequeños pasan ante aquellos que están satisfechos de ellos mismos; y los pastores y los sabios son esos pobres y pequeños, los humildes, los "hambrientos".
¿No es eso lo que María profetizó en su Magníficat? “Dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide con las manos vacías."
Extractos de textos: Padre Marie-Dominique Philippe, fundador de la comunidad Saint-Jean
Dans Le mystère de Joseph, éditions Saint-Paul, Paris, 1997.