Vivía en Roma, en 1351, un hombre notable que se había hecho esclavo del diablo a través de un pacto. Durante 60 años, sirvió a Satanás en todo tipo de desórdenes y pecados muy graves. Luego llegó el momento de su muerte.
Jesús, por intermedio de santa Brígida, envió a un confesor para que fuera a ver al señor en cuestión y lo persuadiera de confesarse. Fue a visitar al enfermo, pero este rechazó toda confesión. No fue sino hasta la tercera visita del confesor que el paciente finalmente abrió su corazón y estalló en lágrimas, diciendo: ¿cómo puedo ser perdonado después de sesenta años al servicio del diablo y con todos los pecados que cargo en mi alma?
Hijo, le respondió el sacerdote, no dudes; si te arrepientes, te prometo el perdón de Dios. Luego, recuperando gradualmente la confianza, el pecador respondió al confesor: "Padre, me creía maldito, pero ahora siento una profunda vergüenza por mis pecados, y como la esperanza de ser perdonado me es permitida, sí, ¡quiero confesarme!”.
De hecho, el paciente se confesó en el acto, cuatro veces seguidas, con un fuerte arrepentimiento de sus faltas; comulgó al día siguiente y murió seis días más tarde en gran contrición. Después de su muerte, Jesús habló nuevamente a santa Brígida y le dijo que este pecador se había salvado, que estaba en el purgatorio y que debía su salvación a la intercesión de la Virgen Madre de Dios, porque a pesar de su mala conducta, había mantenido una devoción por los dolores de su madre y nunca los recordaba sin compasión.
San Alfonso María de Ligorio: En Las Glorias de María (Le chapelet des enfants)