Estrella resplandeciente de la mañana, Virgen María, tu luz se eleva antes de que llegue el día, porque tu venida precede a la de Jesucristo, tu Hijo bendito, Él que es luz y día. Y si la luna y las estrellas desaparecen cuando llega la luz del sol, tú que brillaste al amanecer, todavía brillas cuando aparece el Sol, y su luz no te hace perder tu claridad: tú que diste a luz al Sol, brillas con Él, tu Hijo bendito.
Y cuanto más espléndida sea su dignidad, más espléndida será la tuya, tú que eres su Madre; y debido a que el honor del Hijo es el honor de la Madre, en la excelencia de tu bendito Hijo la tuya resplandece, pues eres la Madre que mereció engendrar a tal Hijo.
Estrella de la mañana, a mí que estoy sujeto a la corrupción, llévame hacia ti, tú que eres la Incorrupta. Estoy vacío de toda gracia, ante ti que eres llena de gracia; yo que soy imperfecto, ante ti que eres perfecta; yo que soy pequeño, ante ti que eres grande; yo que soy débil, ante ti que eres fuerte. Así, cuando caiga, no me voy a romper nada, porque tú, Madre de la Divina Misericordia, me protegerás, ahora y por la eternidad.
Raymond Jordan (finales del siglo XIV) - Abad de Celles-en-Berry (Cher, Francia)
Dans Les Contemplations faites à l'honneur et louange de la très sacrée Vierge Marie, XI, XVI.