Cuando rezamos el Rosario, manifestamos nuestro esfuerzo diario por honrar a María, la madre de Jesucristo, por su vida ejemplar y sus virtudes de humildad, obediencia y sumisión a la voluntad de Dios. También es una forma de reconocer su poderoso papel de intercesión, mientras le pedimos su ayuda para llevarnos a Jesús a conocerlo, amarlo y servirlo como Ella. De hecho, María es una gran fuente de inspiración para nuestro crecimiento espiritual y la transformación de nuestro corazón, así como un excelente modelo a seguir e imitar.
El Rosario, por consiguiente, es un momento que pasamos con Cristo, para profundizar nuestra relación con Él, invocando a su Madre. Por la gracia de Dios y la intercesión de María, esperamos encontrar la sabiduría y el amor necesarios para convertirnos en discípulos para que, con el corazón encendido de amor por Cristo, podamos embarcarnos en nuestra misión de dar testimonio del Evangelio
En la conclusión de su carta apostólica, el papa Juan Pablo II alienta a las familias a rezar el Rosario unidos. Así dice: “Esta oración era particularmente querida por las familias cristianas y ciertamente ayudó a unirlas. Es importante no perder este precioso legado. Una oración tan fácil, pero tan rica realmente merece ser redescubierta por la comunidad cristiana. Debemos reanudar la práctica de la oración familiar y la oración por las familias, a través del rezo del Rosario” (núm. 41).
Monseñor Oscar A. Solís, obispo de Salt Lake City, Utah (Estados-Unidos)