Ave María: El saludo amistoso del ángel a María se puede explicar de muchas maneras. “Ave” era la fórmula utilizada por un amigo o familiar que llegaba después de un viaje. Así es como María saludó a Isabel (en cuyo vientre Juan se estremeció). El ángel usó un término que denota familiaridad para hablar con Ella, lo que al principio perturbó a la humilde María: ¿cómo es que —adelantando las palabras de Isabel— un ángel de luz usa un lenguaje familiar conmigo?
María tuvo la sabiduría de comprobar con amabilidad, pero con firmeza sí se trataba de un "espíritu familiar", con una prudencia mayor a la de Eva, que no se preguntó sobre la actitud de la serpiente. María pregunta: “¿Cómo será eso posible, ya que soy virgen?”. No era que Ella no estuviese al tanto de los hechos de la vida, ni de la profecía de Miqueas, que hacía que todas las vírgenes consagradas de Israel esperaran poder ser la virgen elegida. Pero María era tan humilde que no presumía ser ella.
Al escuchar las palabras del ángel alabando, como lo hizo, al Espíritu Santo en términos claros —algo muy raro en las Escrituras hebreas—, Ella supo que era un verdadero ángel de luz y no al revés. Al llegar a cumplir una alta misión, el ángel estaba listo desde el principio para responder a los santos pensamientos de quien se convertiría en la Reina del Cielo..., su propia reina. Por esta razón, hizo una reverencia, al igual que uno puede inclinarse ante una princesa que uno sabe que Dios ha llamado a ser reina.
Si yo hubiera sido ese ángel, habría temblado. Me imagino que luego se postró completamente cuando María dijo: "Hágase en mí según tu Palabra" y que concibió al Hijo de Dios, porque enseguida se convirtió en el gran tabernáculo del Altísimo por excelencia.
Texto enviado por Gary Knight, lector canadiense de Un Minuto con María, octubre de 2019.