Cada verano en Boulogne-sur-Mer (Altos-de-Francia), comienza una gran peregrinación con la bendición del mar y al día siguiente los marineros llevan a la Virgen en su barco a la catedral. Mi esposo fue parte del equipo ese domingo. Por la noche se sintió terriblemente cansado y unos días después le diagnosticaron una rara forma de leucemia. Murió al verano siguiente. Poco después de su muerte, mis amigos de Boulogne me propusieron estar en el barco que transportaba a la Virgen durante la bendición del mar. Estaba devastada por la tristeza, ni siquiera podía rezar, pues tanto sufrimiento me había absorbido. Sin embargo, acepté subir al barco.
¡Ese día María me hizo una sorpresa increíble!
Rodeada por una red y decorada con flores, su estatua iba en la proa del remolcador. En medio del puerto, nos detuvimos para rezar por los marineros muertos en el mar, arrojando coronas de flores al agua. Luego, todos los barcos rodearon al nuestro que transportaba a María y todos poco a poco se amarraron al de Ella. Se hizo una oración por mi esposo, ¡lloré una vez más! Finalmente, los barcos se separaron de los nuestros para llegar al puerto en una procesión náutica. Vi al capitán del remolcador cerca, tratando de soltar las amarras. Me acerqué, desaté el nudo y tiré la cuerda. El me sonrió.
De repente me quedé petrificada... Desde donde estaba, vi a María frente al mar y al sol del ocaso que le daba un color rojo intenso. Ella estaba allí muy cerca de mí y me dijo: “Suelta las amarras, Elisabeth, estás en mi bote, confía en mí... Ve hacia una nueva vida. No tengas miedo, yo estoy y estaré siempre contigo”.
¡Oh María! La increíble María, que nos trae siempre una sorpresa a nuestras vidas para hacernos comprender las cosas más importantes: ¡un trozo de cuerda en ese momento de tanta desesperación! Pero entendí su doble mensaje: no debemos permanecer inactivos. Había visto al capitán acercarse, yo no podría haber hecho nada, pero seguí brindándole una ayuda probablemente inútil. Tuve que hacer este pequeño gesto. ¡María entonces me abrió el corazón! Y, aunque pensé que ya no tenía más lágrimas, dejé empapados varios pañuelos, pero con lágrimas de gratitud.
Elisabeth Bourgois, Escritora francesa
Extracto del libro Un doigt dans le pot de confiture (Un dedo en el frasco de mermelada), Ed des Béatitudes, 2015